En este artículo deseamos compartir con todos los socios y colaboradores de nuestra Asociación el emocionante testimonio de uno de los miembros del Equipo Médico que recientemente ha pasado un mes en Honduras ejecutando el VI Proyecto Sanitario.  A través de su testimonio podemos acercarnos un poco a lo que estos profesionales de la sanidad han vivido en su actividad solidaria y a los resultados obtenidos.

LO QUE NOS TRAJIMOS DE HONDURAS

«El día 20 de octubre de 2011, después de cerca de 24 horas de vuelos y escalas desde Sevilla, aterrizamos en el aeropuerto de Tegucigalpa, la capital de Honduras, ese pequeño país centroamericano, del que algunos sabíamos lo justo; aparte de más o menos su localización en el mapa, que fue uno de los más castigados por el huracán Mish en 1998. Después hemos ido ampliando algún conocimiento añadido navegando por internet: como que es un país subtropical, con una población de unos 7 millones y medio de habitantes; que es unos de los países más pobres de América, con una distribución muy injusta de la riqueza, donde el 60% de la población es pobre y un 30% extremadamente pobre, que el 41% de los hondureños sobrevive con un ingreso menor de 1 dólar al día; que el estado no garantiza el agua potable a las viviendas; que menos del 20% de la población está acogido a los sistemas públicos de la seguridad social, que a su vez presta servicios de baja calidad, con escasez de medicamentos; que continúa habiendo enfermedades como la malaria y el dengue y están aumentando de forma alarmante otras como el VIH / SIDA; que el país ha estado en manos de administraciones corruptas, lo que en su tiempo le valió el apodo de “República Bananera”; que la gran desigualdad entre ricos y pobres hace que convivan en la misma ciudad de Tegucigalpa barrios con todas las comodidades con una mayoría de barrios con calles llenas de basura y casas semiderruidas, construidas con los materiales más inimaginables, sin agua corriente ni electricidad; que existe un alto índice de mujeres jefas del hogar debido a elevada irresponsabilidad paterna; y, que por estos y otros motivos, es el país con uno de los índices de violencia más altos del continente, lo que se materializa sobre todo en el narcotráfico y en bandas organizadas que se llaman maras.

Con la conciencia o intuición de este caos, como decía, un grupo de 9 voluntarios, auspiciados por la ASOCIACIÓN PROYECTO HONDURAS y casi todos sanitarios del Sistema de Salud Andaluz y del Español en general, un sistema sanitario envidiado incluso por algunos países desarrollados; aterrizamos en Tegucigalpa. Allí nos esperaba un grupo de personas, varios de ellos niños, con una sonrisa en los labios, una flor en las manos y un abrazo. Al frente, el padre Humberto, nuestro anfitrión en la parroquia de los Santos Arcángeles de la Colonia San Miguel, la que iba a ser nuestra residencia, y Laura, la mujer que lo había dejado todo para vivir en Casa Zulema. Cargaron nuestras maletas en un todoterreno descapotable y, a nosotros en una furgoneta grande, “el busito” conducido por Darwin, nuestro fiel y desinteresado cicerone y ángel de la guarda durante los próximos 25 días y amigo en adelante, y nos trasladaron a la que iba a ser nuestra residencia en Honduras, donde nos esperaba una tortilla de patatas y una fuente de fruta deliciosa a base de piña y papaya con un sabor increíble.

Los amaneceres en Honduras son rápidos y tempranos, hacia la 5:30, sustitutivos del despertador electrónico pero más placenteros. Tras desayuno español, empezábamos la tarea. Al principio se trataba de organizar todo el material que había venido previamente en un contenedor desde España y el que había atiborrado parte de nuestras maletas y tanto miedo nos hizo pasar en la frontera. En los siguientes días, fuimos pasando consulta en las distintas colonias o barriadas previstas en el programa. Así se sucedieron las colonias de San Miguel, La Mololoa, La Sosa, las Tablas y La 30 de Noviembre. En iglesias de todas las facturas posibles, desde alguna como la entendemos en nuestro entorno, aunque menos pretenciosa, como la de Los Santos Arcángeles en San Miguel, a otras hechas con madera y chapa o alguna casa prestada por algún parroquiano; los consultorios eran improvisados sobre la marcha con biombos y sábanas del SAS por una legión de voluntarios de las parroquias que aparecía cada día y prestaban su ayuda desinteresada, callada y con una sonrisa en los labios. Los pacientes se agolpaban en las puertas, venían para que los reconociéramos, le tomáramos la tensión, le midiéramos el azúcar, para solicitar unos medicamentos que en Honduras la mayoría de la gente tiene que pagar sin descuentos del 40 o el 100%, para contarnos sus problemas de salud y personales o para agradecernos que hubiéramos venido; gente humilde, gente que no está acostumbrada a que médicos y enfermeros fueran a su barrio o a sus casas a visitarlos, gente eternamente agradecida a Dios por la porción de gracia recibida, aunque tuvieran enfermedades, escasez de medios para subsistir, hijos que cuidar solas o familiares ausentes por la violencia de las maras; gente que, con su presencia y agradecimiento, nos mostraba las pequeñeces por las que nos agobiamos en nuestro mundo.

Entre las colonias, pasamos la consulta del niño sano en la joya de la corona de la Asociación Proyecto Honduras, la guardería “Amigos Solidarios de los Niños”, que educa y alimenta a unos cien niños y niñas de la Colonia Reynel Fúnez en Comayagüela, un barrio muy pobre de las afueras de Tegucigalpa; centro que dirige Doña Dominga, maestra jubilada que se dedica en cuerpo y alma a estos niños; niños, que al principio nos miraban sorprendidos, pero que poco después de un suspiro, se salían de la clase para abrazarnos y regalarnos su sonrisa y que nos habían preparado una pequeña fiesta de bienvenida.

Al final tocaba el turno de las Residencias de ancianos María Eugenia de la Cruz Blanca Hondureña y la Hilos de Plata, humildes pero muy dignas, donde nos sorprendió gratamente saber que la sanidad había mejorado en su interior. Para concluir, la Residencia de las Misioneras de la Caridad o las Teresas de Calcuta, donde encontramos en la puerta mucha gente esperando su ayuda; allí conocimos personas muy ilustres, como la enfermera jubilada o una médica, Alma, que había abandonado su trabajo y prestaban sus servicios a jornada completa, o sor Georgina, la superiora, de la que me enamoró su sencillez y su eterna sonrisa; o los ancianos y niños, pobres entre pobres y abandonados, que allí han encontrado su hogar. Nos sorprendió la pulcritud, la sencillez y la alegría que allí se respiraba.

Entre jornadas y jornadas, varias visitas a Casa Zulema, otro referente de la Asociación Proyecto Honduras, el hogar donde se acoge a los pobres de los pobres, enfermos de SIDA, muchachas violadas y abandonadas con el fruto de sus entrañas; donde haciendo y no contando, Laura nos regalaba luz de amor y nos mostraba en vivo y en directo aquel pasaje evangélico que viene a decir que “lo que hiciste a uno de estos mis hermanos, a mi me lo hiciste”. Allí conocimos a su hijo Javier, un ser humano envidiable, a sus sobrinas estudiantes de enfermería que allí hacen las prácticas; y a los habitantes de la casa, personas que, desde la pobreza, la soledad, el rechazo y la enfermedad, han encontrado el calor de un hogar y el amor de “Nani”, como llaman todos a Laura: María Elena, Samuel y sus 9 años soñadores, Deisy y su hijo-hermano Pablo, Wendy y el martirio de su piel a cuestas, Enma, Eduardo, Rita, María, Marta, Suyapa, Anita, Luz, Marina, Luis, Pedro, Mirsa y Carla, que se marchó con su juventud hacia las estrellas poco antes de nuestro regreso. La pequeña Capilla de Casa Zulema es la capilla con más profundidad espiritual que he visto.

Algunas noches nos acompañaba en la cena el padre Humberto, nuestro anfitrión en la parroquia; hombre cabal, serio y organizado hasta el extremo; con él hemos conocido a esa parte de la Iglesia Latinoamericana comprometida con su gente que siempre nos ha llegado entre noticias lejanas; esa iglesia que, separada del estado, se implica tanto en el alma como en el cuerpo. En la parroquia de los Santos Arcángeles se reza, se comulga, se canta, se hace la catequesis… pero también se atiende a necesitados, se imparte enseñanza, hay una farmacia de Farmacéuticos Sin Fronteras con medicamentos a precio de coste que consiguió la asociación Proyecto Honduras, hay una clínica dental, el cura conoce a sus feligreses, sabe de sus virtudes, defectos y carencias y les ayuda. La parroquia dispone de un ejército de voluntarios, que adoran a su padre Humberto, siempre dispuestos para las diversas tareas: abrir y cerrar puertas como los entrañables Elder y Oscar; cantar, ayudar a misa, encargarse de la botica, de tomar la tensión, de medir la glucemia…. solidaridad en estado puro. También hemos conocido a los padres Ramón y Patricio, “granaínos” ambos; el primero fundó Casa Zulema; los dos se dedican a los pobres de la calle y a tratar de conseguirles un futuro mejor a través de la enseñanza.

Haciendo balance de nuestro viaje, podría decir que fuimos a llevar unas maletas llenas de medicamentos, nuestra forma de practicar la medicina y enfermería en España, con una asistencia limitada por la escasez de medios y las incomodidades propias de las consultas improvisadas y el intento de ser receptivos con los problemas de los hondureños y, sobre todo, ayudar en todo lo que pudiéramos. Poca cosa si se compara con lo que nos hemos traído. Nos hemos traído en el corazón un país maravilloso con unos paisajes sublimes y unos potenciales enormes. Nos hemos traído unos aromas y unos gustos nuevos, la piña, la papaya, las bananas en sus distintas variedades, la experiencia de degustar la tilapia frente al lago Yojoa. Nos hemos traído el haber conocido a personas excepcionales que han enriquecido nuestro espíritu haciéndonos ver la verdadera dimensión del hombre: Laura y sus abrazos como alimento; su hijo Javier; los acogidos en Casa Zulema; los padres Humberto, Ramón y Patricio; los voluntarios como Darwin con su fidelidad y discreción, Luisiño y su pericia informática, Jeanny, Doña Alba, Doña Otilia, Janeth, Lourdes, Gabriela, Kevin, Martha, Karen, Lesly, Doña Margarita…, el aroma y sabor de las comidas de Doña Conce, el olor a ropa limpia de Doña Amparo. Nos trajimos, literalmente, a María Elena, una niña a punto de cumplir un año que Laura rescató de las fauces de la enfermedad para hacerla una criatura preciosa y que ahora crece en España. Y, entre otras cosas, trajimos el deseo de regresar.»

Manuel Angel Gutierrez Solis