Numerosos estudios e investigaciones han demostrado que la educación, además de jugar un papel fundamental en el crecimiento económico de los países, es la mejor estrategia para reducir la pobreza y la desigualdad social. Reporta también efectos positivos sobre la salud de las personas, la disminución de la criminalidad y la promoción de los valores democráticos.
Desgraciadamente, y a pesar de lo estipulado en su Constitución, el sistema educativo hondureño se sitúa a la zaga en América Latina y el Caribe, proporcionando cobertura educativa solo al 70% de los niños y adolescentes en edad escolar. Como consecuencia, el analfabetismo afecta a más de medio millón de personas, siendo su incidencia mucho mayor en las áreas rurales y entre las personas de mayor edad.
El otro problema grave del sistema educativo hondureño es la elevada tasa de abandono escolar. Sólo un 33% de los niños terminan la enseñanza primaria y tan sólo un 7,5% de los adolescentes termina la secundaria para poder acceder a una educación superior. La causa fundamental de este abandono es la pobreza de las familias y el escaso nivel de instrucción de los padres. Téngase en cuenta por ejemplo que, al comienzo de curso, el gasto medio en matrícula, uniforme, zapatos y útiles escolares asciende a unas 1000 lempiras. Si consideramos que el ingreso medio en una familia de bajos recursos puede rondar las 800 lempiras y que siempre existen varios hijos en edad escolar, se puede fácilmente entender que estudiar, para estos niños, es un sueño inalcanzable.
Además, a pesar de considerarse pública la enseñanza, los bajos recursos con que cuentan las escuelas hacen que durante el año se exija a las familias una serie de gastos que rondan las 300 lempiras al mes: fotos, graduación, vigilancia de la escuela, limpieza, pintura y mantenimiento del centro, materiales para manualidades, equipo deportivo, visitas escolares. Ante esta situación, los padres de familia no encuentran otra alternativa que sacar a sus hijos de la escuela.
Como consecuencia, el 20% más rico de la población estudia un promedio de 10,5 años frente a los 6,5 años del 20% de población más pobre con lo cual el círculo de la pobreza se repite. Es esencial que la población más desfavorecida aprenda no solo a leer y a escribir sino que desarrolle habilidades y destrezas fundamentales que les sirvan como herramientas para romper con la pobreza estructural.